De compras con Alice

El coche era liso, blanco y potente; sus ventanas estaban tintadas de un negro limo. El motor ronroneó como un gran coche mientras nos apresurábamos a través de la oscura noche. Jasper conducía con una mano, despreocupadamente según parecía, pero el poderoso coche voló hacia delante con perfecta precisión.

Alice se sentó conmigo en el asiento de piel negra. De alguna manera, durante la larga noche, mi cabeza había acabado contra su cuello de granito, sus fríos brazos envolviéndome, su mejilla apoyada en lo alto de mi cabeza. El frente de su fina camisa de algodón estaba frío, húmedo por mis lágrimas. Ahora y entonces, si mi respiración crecía desigual, ella murmuraría de forma calmante; en su veloz y aguda voz, los estímulos sonaban como cantando. Para mantenerme en calma, me centré en el tacto de su fría piel; era como una conexión física con Edward.

Ambos me habían asegurado –cuando me percaté, con pánico, de que todas mis cosas seguían en la furgoneta- que dejarlo atrás era necesario, algo que hacer con el olor. Me dijeron que no me preocupara por las ropas ni el dinero. Trataba de creerles, haciendo un esfuerzo para ignorar lo incómoda que estaba en el equipo de prueba de Rosalie (¿? supongo que se refiere a alguna ropa de Rosalie, un chándal, no sé…). Era una cosa trivial de la que preocuparse.

En las llanas carreteras, Jasper nunca condujo el robusto coche a menos de 120 millas por hora. Parecía completamente inconsciente de los límites de velocidad, pero nunca vimos un coche patrulla. Las únicas rupturas en la monotonía de la conducción fueron las dos paradas que hicimos para carburante. Noté ociosa que Jasper fue adentro a pagar a efectivo ambas veces.

El amanecer comenzó a abrirse cuando estábamos en alguna parte en el norte de California. Miré con los ojos secos, semicerrados, como la luz gris se irradiaba a través del cielo despejado. Estaba exhausta, pero el sueño había desaparecido, mi mente demasiado llena de imágenes perturbadoras como para relajarme en la inconsciencia. La destrozada expresión de Charlie –el brutal gruñido de Edward, con los dientes al descubierto- la penetrante mirada fija del perseguidor –la expresión triste de Laurent- la mirada muerta en los ojos de Edward después de que él me besara la última vez; como si todavía centellearan frente a mis ojos, mis sentimientos alternando entre el terror y la desesperación.

En Sacramento, Alice pidió a Jasper que parara, para conseguirme comida. Pero sacudí mi cabeza cansadamente, y le dije que siguiese conduciendo con voz apagada.

Unas pocas horas después, en un suburbio a las afueras de L.A. (Los Ángeles), Alice le volvió a hablar suavemente, y él salió de la autovía al sonido de mis débiles protestas. Un gran centro comercial era visible desde la autovía, y se dirigió allí, entrando en el estacionamiento, abajo en la planta subterránea para aparcar.

“Quédate en el coche”, le ordenó a Jasper.

“¿Estás segura?” él sonaba receloso.

“No veo a nadie más por aquí”, dijo ella. Él asintió, accediendo.

Alice me cogió de la mano y me sacó del coche. Se aferró a mi mano, manteniéndome cerca de ella mientras caminábamos por el oscuro garaje. Ella rodeó el borde del garaje, manteniéndose en las sombras. Aprecié cómo su piel parecía brillar en la luz del sol que se reflejaba de la acera. El centro comercial estaba abarrotado, varios grupos de compradores pasaban, algunos girando la cabeza para vernos pasar cerca.

Caminamos bajo un puente que cruzaba desde el nivel superior del aparcamiento al segundo local de un gran almacén, siempre manteniéndonos fuera de la luz solar directa.


Una vez dentro, bajo las luces fluorescentes del almacén, Alice parecía menos destacada –simplemente una muchacha alarmantemente pálida, pero con oscuros ojos y pelo negro puntiagudo. Estaba segura de que las ojeras bajo mis propios ojos eran más evidentes que las suyas. Todavía captamos la atención de alguno que echó un vistazo en nuestra dirección. Me preguntaba lo que pensaban que veían. La delicada y danzarina Alice, con su llamativo rostro de ángel, vestida de un modo ligero, pálidas prendas que no disminuían lo suficiente su palidez, manteniendo sus manos conmigo, obviamente controlando, mientras yo arrastraba cansadamente mis torpes pies pero costosas ropas, mi agarrotado pelo enrollado en nudos a mi espalda.

Alice me condujo inevitablemente a la tienda de alimentos.

“¿Qué quieres comer?”

El olor de las comidas rápidas grasientas dobló mi estómago. Pero la mirada de Alice no dejaba lugar a la persuasión. Pedí sin entusiasmo un bocadillo de pavo.

“¿Puedo ir al baño?” pregunté en cuanto nos dirigimos a la cola.

“Vale”, y cambió de dirección, sin soltar mi mano.

“Puedo ir sola”. La atmósfera banal del genérico centro comercial me hizo sentir lo más normal que había tenido desde nuestro desastroso juego de anoche.

“Lo siento, Bella, pero Edward va a leer mi mente cuando esté aquí, y si ve que te he dejado fuera de mi vista durante un minuto…” ella se calmó, no dispuesta a contemplar las horribles consecuencias.

Al menos esperó fuera del abarrotado cuarto de baño. Me lavé la cara, así como las manos, ignorando las asustadas miradas de las mujeres de mí alrededor. Traté de peinarme el pelo con los dedos, pero rápidamente me rendí. Alice cogió mi mano de nuevo en la puerta, y volvimos lentamente a la cola de la comida.

Yo estaba retrasándome, pero ella no se mostraba impaciente conmigo.

Me miraba comer, primero despacio y luego más deprisa a medida que volvía mi apetito. Bebí la soda que ella me compró tan rápido que me dejó por un momento –sin quitarme la vista de encima, claro- para conseguirme otra.

“La comida que tú comes es definitivamente más conveniente” comentó cuando acabé, “pero no parece más divertido”.

“Me imagino que cazar es más excitante.”

“No te haces idea.” Centelleó con una amplia sonrisa de brillantes dientes, y varias personas giraron la cabeza en nuestra dirección.

Tras tirar nuestra basura, me condujo por lo anchos pasillos del centro comercial, sus ojos reluciendo aquí y allá ante algo que ella quería, acarreándome junto a ella en cada parada. Se detuvo por un momento ante una cara boutique para comprar tres pares de gafas de sol, dos de mujer y uno de hombre. Noté la mirada del vendedor hacia ella con una nueva expresión cuando ella le entregó una inusual y pulcra tarjeta de crédito con líneas doradas cruzándola. Encontró una tienda de accesorios donde tomó un cepillo y gomas del pelo.

Pero en realidad no dejó los negocios hasta que me introdujo en el tipo de tiendas que yo nunca frecuentaba, porque el precio de un par de calcetines estaba fuera de mi alcance.

“Tienes aproximadamente una talla 2.” Era una declaración, no una pregunta.

Me utilizó como una mula de carga, lastrándome con una escalonada cantidad de ropa. Aquí y allí podía verla alcanzando una talla extra-pequeña cuando escogía algo para ella misma. Las prendas que seleccionaba para sí misma eran todas en materiales ligeros, pero con longitud o largas hasta el suelo, diseñadas para cubrir el máximo posible de su piel. Un sombrero negro de paja de ala ancha coronó la montaña de ropas.

La dependienta tuvo una reacción similar ante la inusual tarjeta de crédito, volviéndose más servicial, y llamando a Alice “señorita”. Aunque el nombre que pronunció era desacostumbrado. Una vez de nuevo fuera del centro comercial, con nuestros brazos cargados de bolsas, de las cuales ella cargaba la parte de un león, le pregunté sobre ello.

“¿Qué te llamó?”

“Esa tarjeta de crédito dice Rachel Lee. Vamos a ser muy cuidadosos para no dejar ningún tipo de pista para el rastreador. Vayamos a cambiarte.”

Pensé sobre ello cuando ella me llevó de vuelta a los aseos, poniéndome en el recinto para minusválidos de modo que tuviera sitio para moverme. La escuché rebuscando en las bolsas, para finalmente pasarme un ligero vestido azul de algodón por encima de la puerta. Agradecida me quité los vaqueros muy largos y muy ajustados de Rosalie, di un tirón a la blusa que me envolvía en todos los lugares erróneos, y se los arrojé por encima de la puerta. Me sorprendió pasándome un par de suaves sandalias de piel por debajo de la puerta – ¿cuándo las había adquirido? El vestido me sentaba asombrosamente bien, el costoso corte evidente en la manera en que encajaba a mí alrededor.

En cuanto dejé el recinto noté que estaba tirando las ropas de Rosalie a la papelera.

“Guarda tus zapatillas de deporte”, dijo. Las puse arriba de una de las bolsas.

Volvimos al garaje. Alice logró menos miradas esta vez; estaba tan cubierta por bolsas que su piel era apenas visible.

Jasper estaba esperando. Se deslizó fuera del coche ante nuestro acercamiento –el maletero estaba abierto. Mientras alcanzaba primero mis bolsas, echó a Alice una mirada sarcástica.

“Sabía que debía haber ido”, murmuró.

“Sí”, reconoció ella, “te habrían apreciado en el baño de mujeres”.

Él no respondió.

Alice removió rápidamente entre sus bolsas antes de ponerlas en el maletero. Le pasó a Jasper un par de gafas de sol, poniéndose ella otro par. Me pasó el tercer par, y el cepillo del pelo. Y sacó una camisa larga, fina, negra transparente, poniéndosela encima de su camiseta, dejándola abierta.

Por último, añadió el sombrero de paja. En ella, el improvisado traje parecía corresponder a una pista de aterrizaje (¿? runway). Ella agarró un puñado más de ropas y, envolviéndolas en una bola, abrió la puerta trasera e hizo una almohada sobre el asiento.

“Necesitas dormir ya”, ordenó firmemente. Avancé despacio y obedientemente en el asiento, posando mi cabeza al instante, acurrucándome en mi lado. Estaba medio dormida cuando el coche arrancó.

“No deberías haberme comprado todas estas cosas” mascullé.

“No te preocupes por eso, Bella. Duerme.” Su voz era reposada.

“Gracias”, suspiré, y caí en un incómodo sueño.

Fue el dolor de dormir en una posición apretada lo que me despertó. Estaba todavía exhausta, pero de repente estaba nerviosa en cuanto recordé dónde estaba. Me senté para ver el Valle del Sol fuera, delante de mí; la extensión amplia, llana, de tejados, palmeras, autopistas, niebla tóxica y piscinas, abrazada por los peñascos pequeños y rocosos que llamamos montañas. Estuve sorprendida de no sentir ninguna sensación de alivio, sólo una añoranza fastidiosa de los cielos lluviosos y los espacios verdes del lugar que para mí significa Edward. Sacudí mi cabeza, intentando hacer retroceder el inicio de desesperación que amenazaba con abrumarme.

Jasper y Alice estaban hablando; conocedores, estoy segura, de que estaba consciente de nuevo, pero no dieron ninguna señal de ello. Sus veloces y suaves voces, una grave, una aguda, enlazándose musicalmente a mí alrededor. Deduje que estaban discutiendo dónde permanecer.

“Bella”, Alice se dirigió a mí casualmente, como si ya fuera parte de la conversación, “¿Cuál es el camino al aeropuerto?”

“Sigue por la I-10” dije automáticamente, “pasaremos justo por él.”

Pensé por un momento, mi cerebro todavía confuso por el sueño.

“¿Vamos a volar a algún sitio?” pregunté.

“No, pero es mejor estar cerca, por si acaso.” Abrió su teléfono móvil, y por lo visto llamó a información. Hablaba más despacio de lo habitual, preguntando por hoteles cerca del aeropuerto, de acuerdo con una sugerencia, luego esperando mientras era puesta en contacto. Hizo reservas para una semana bajo el nombre de Christian Bower, recitando a toda prisa un número de tarjeta de crédito sin siquiera mirarlo. La escuché repitiendo direcciones por el bien del operador; estoy segura de que ella no necesitaba ayuda con su memoria.

La vista del teléfono me había recordado mis responsabilidades.

“Alice”, dije cuando ella acabó. “Necesito llamar a mi padre.” Mi voz era seria. Ella me pasó el teléfono.

Era a última hora de la tarde; estaba deseando que él estuviera en el trabajo. Pero respondió al primer tono. Me abatí, imaginando su ansiosa cara por el teléfono.

“¿Papá?” dije vacilante.

“¡Bella! ¿Dónde estás, cariño?” la fuerte revelación llenó su voz.

“Estoy en la carretera.” No era necesario hacerle saber que yo había hecho un recorrido de 3 días durante la noche.

“Bella, tienes que dar la vuelta.”

“Necesito ir a casa.”

“Cariño, hablemos de esto. No necesitas irte sólo por un chico.” Podría decir que él estaba siendo muy cuidadoso.

“Papá, dame una semana. Necesito pensarme las cosas, y luego decidiré si vuelvo. No tiene nada que ver contigo, ¿de acuerdo?” Mi voz tembló levemente, “te quiero, papá. Sea lo que sea lo que decida, te veré pronto. Lo prometo.”

“De acuerdo, Bella.” Su voz era resignada. “Llámame cuando llegues a Phoenix.”

“Te llamaré desde casa, papá. Adiós.”

“Adiós, Bella.” Vaciló antes de colgar.

Por lo menos estaba de buenas con Charlie de nuevo, pensé mientras devolvía el teléfono a Alice. Ella me observaba atentamente, quizás esperando por otro bajón emocional. Pero yo sólo estaba muy cansada.

La familiar ciudad voló por mi oscura ventanilla. El tráfico era ligero. Transitamos rápidamente por el centro de la ciudad y luego viramos alrededor de la parte norte de Sky Harbour International, girando al sur en Temple. Sólo en el otro lado del húmedo cauce del Río Salt (Río de la Sal), a una milla o así del aeropuerto, Jasper salió ante la orden de Alice. Ella le dirigió fácilmente a través de las superficiales calles a la entrada del aeropuerto Hilton.

Yo había estado pensado en el Motel 6, pero estaba segura de que ellos se cepillarían cualquier preocupación por el dinero. Aparentaban tener una reserva sin fin.

Entramos en el aparcamiento bajo la sombra de un gran toldo, y dos botones se colocaron rápidamente al lado del impresionante automóvil. Jasper y Alice bajaron del coche, pareciéndose mucho a estrellas del cine con sus oscuras gafas. Yo bajé torpemente, rígida por las largas horas en el coche, sintiéndolo acogedor. Jasper abrió el maletero, y el solícito personal rápidamente colocó nuestras bolsas de la compra en un carrito. Estaban demasiado bien entrenados como para mostrar ninguna mirada sorprendida ante nuestra carencia de un verdadero equipaje.

El coche había estado muy fresco en su oscuro interior; andando por la tarde de Phoenix, hasta en la sombra, era como pegar mi cabeza dentro de un horno de asar. Por primera vez en ese día, me sentí en casa.

Jasper cruzó en un paso con seguridad por el vestíbulo vacío. Alice se mantuvo con cuidado a mi lado, los botones tras nosotros llevando con impaciencia nuestras cosas. Jasper se acercó al escritorio con su aire inconscientemente majestuoso.

“Bower”, fue todo lo que dijo a la aparentemente profesional recepcionista. Ella rápidamente procesó la información, con sólo un mínimo vistazo hacia el ídolo de pelo dorado delante de él traicionando su cuidadosa eficiencia.

Fuimos conducidos rápidamente a nuestra gran suite. Sabía que los dos dormitorios eran por mera apariencia. Los botones descargaron eficientemente nuestras bolsas mientras me sentaba cansadamente en el sofá y Alice danzaba a examinar otros espacios. Jasper les dio la mano cuando se iban, y la mirada que intercambiaron en su salida hacia la puerta era más que satisfecha; era complacida. Luego estuvimos solos.

Jasper fue a las ventanas, cerrando los dos niveles de cortinas con seguridad. Alice apareció y dejó caer un menú de servicio de habitaciones en mi regazo.

“Pide algo” aconsejó.

“Estoy bien”, dije sin entusiasmo.

Me lanzó una oscura mirada, y recuperó el menú. Quejándose de algo acerca de Edward, levantó el teléfono.

“Alice, de verdad”, comencé, pero me miró en silencio. Apoyé mi cabeza en el reposabrazos del sofá y cerré los ojos.

Una llamada en la puerta me despertó. Salté tan rápido que me deslicé por la derecha del sofá al suelo y me golpeé la frente contra la mesa de centro.

“Ouh”, dije, aturdida, acariciándome la cabeza.

Escuché a Jasper reírse una vez, y levanté la vista para verle tapándose la boca, intentando ahogar el resto de su diversión. Alice llegó a la puerta, presionando sus labios firmemente, los bordes de su boca estirándose.

Me ruboricé y me eché hacia atrás en el sofá, sosteniendo mi cabeza en mis manos. Era mi comida; el olor de carne roja, queso, ajo y patatas arremolinándose de manera atractiva a mi alrededor. Alice llevó la bandeja tan hábilmente como si hubiera sido camarera durante años, y la colocó en la mesa ante mis rodillas.

“Necesitas proteínas” explicó, levantando la plateada tapa semiesférica (literalmente “cúpula”, pero se refiere a esas campanas de metal que salen en las pelis de hoteles elegantes tapando los alimentos) para mostrar un gran filete y una decorativa escultura de patata. “Edward no estará contento contigo si tu sangre huele anémica cuando él esté aquí.” Estaba segura de que estaba bromeando.

Ahora que podía oler la comida estaba hambrienta de nuevo. Comí veloz, sintiendo volver mi energía en cuanto los azúcares llegaron a mi torrente sanguíneo. Alice y Jasper me ignoraban, viendo las noticias y hablando tan rápida y calladamente que no pude entender ni una palabra.

Un segundo golpe sonó en la puerta. Salté sobre mis pies, evitando por poco otro accidente con la medio vacía bandeja en la mesa de centro.

“Bella, necesitas calmarte” dijo Jasper, mientras Alice respondía a la puerta. Un miembro del personal de limpieza le dio una pequeña bolsa con el logotipo del Milton y se fue rápidamente. Alice lo trajo y me lo entregó. Lo abrí para encontrar un cepillo de dientes, pasta de dientes, y todas las demás cosas críticas que me había dejado en mi camioneta. Las lágrimas aparecieron en mis ojos.

“Sois tan amables conmigo…”, miré a Alice y luego a Jasper, agobiada.

Había notado que Jasper era normalmente el más cuidadoso en mantener las distancias conmigo, de modo que me sorprendió cuando vino a mi lado y colocó su mano en mi hombro.

“Ahora eres parte del clan”, bromeó, sonriendo calurosamente. De repente sentí un pesado agotamiento fluyendo por mi cuerpo; mis párpados eran de alguna manera demasiado pesados para mantenerse abiertos.

“Muy sutil, Jasper” escuché a Alice decir en tono sarcástico. Sus fríos y delgados brazos resbalaron bajo mis rodillas y a mis espaldas. Ella me levantó, pero yo estaba dormida antes de que me depositara en la cama.

Era muy temprano cuando me desperté. Había dormido bien, sin sueños, y estaba más alerta de lo que solía estar al despertar. Estaba oscuro, pero había destellos azulados de luz proviniendo desde debajo de la puerta. Alcancé el lado de la cama, intentando encontrar una lámpara en la mesilla de noche. Una luz apareció sobre mi cabeza, resoplé, y Alice estaba allí, arrodillándose a mi lado en la cama, su mano en la lámpara que fue insensatamente montada sobre la cabecera.

“Lo siento”, dijo mientras yo me desplomaba de alivio hacia atrás, sobre la almohada. “Jasper tiene razón”, continuó, “necesitas relajarte”.

“Bien, no le digas eso a él”, me quejé. “Si él intenta relajarme más, entraré en coma.”

Se rió tontamente. “Lo has advertido, ¿eh?”

“Si él me golpeara la cabeza con un sartén habría sido menos obvio.”

“Necesitabas dormir.” Se encogió de hombros, sonriendo todavía.

“Y ahora necesito una ducha, ¡hala!” Me di cuenta de que todavía llevaba el ligero vestido azul, el cual estaba más arrugado de lo que tenía derecho a estar. Mi boca sabía turbia.

“Creo que vas a tener una magulladura en la frente”, mencionó mientras me dirigía al baño.

Después de haberme aseado, me sentí mucho mejor. Me puse las prendas que Alice dejó para mí en la cama, una camisa verde militar que parecía estar hecha de seda, y pantalones cortos marrones de lino. Me sentí culpable, ya que mis nuevas cosas eran mucho más agradables que cualquiera de las prendas que había dejado atrás.

Fue agradable hacer algo por fin con mi pelo; los champúes del hotel eran de una marca de buena calidad y mi pelo resplandeció de nuevo. Me tomé mi tiempo en secarlo con perfecta rectitud. Tuve el presentimiento de que no haríamos gran cosa hoy. Una estrecha inspección en el espejo reveló una sombra oscureciendo mi frente. Fabuloso.

Cuando al fin aparecí, la luz brillaba al máximo alrededor de los bordes de las gruesas cortinas. Alice y Jasper estaban sentados en el sofá, mirando fija y pacientemente la televisión, con el sonido casi apagado. Había una nueva bandeja de comida en la mesa.

“Come”, dijo Alice, señalándola firmemente.

Me senté obediente en el suelo, y comí sin sentir la comida. No me gustaba la expresión de ninguna de sus caras. Estaban demasiado quietos. No apartaban la vista de la pantalla, ni siquiera cuando echaban anuncios. Empujé la bandeja a un lado, con el estómago repentinamente revuelto. Alice miró hacia abajo ahora, observando con mirada disgustada la bandeja todavía llena.

“¿Qué es lo que va mal, Alice?” pregunté dócilmente.

“Todo va bien.” Me miró con ojos abiertos y sinceros que no me creí ni por un segundo.

“Bien, ¿qué hacemos ahora?”

“Esperaremos a que Carlisle llame.”

“¿Y no debería haber llamado ya?” Me pareció que me iba acercando al meollo del asunto. Los ojos de Alice revolotearon desde los míos hacia el teléfono que estaba encima de su bolso; luego volvió a mirarme.

“¿Qué significa eso?” me temblaba la voz y luché para controlarla, “¿qué quieres decir con que no han llamado?”

“Simplemente que no tienen nada que decir.” Pero su voz sonaba demasiado monótona y el aire se me hizo más difícil de respirar.

“Bella”, dijo Jasper con una voz sospechosamente tranquilizadora, “no tienes de qué preocuparte. Aquí estás completamente a salvo.”

“¿Crees que es por eso por lo que estoy preocupada?” pregunté con incredulidad.

“¿Entonces por que?” Él estaba también confundido. Aunque podía sentir el tono de mis emociones, no podía saber las razones que las motivaban.

“Ya oíste a Laurent”, mi voz era sólo un susurro, pero estaba segura de que podía oírme, sin duda. “Dijo que James era mortífero. ¿Qué pasa si algo va mal y se separan? Si cualquiera de ellos sufriera algún daño, Carlisle, Emmett… Edward...” Tragué saliva. “Si esa mujer brutal le hace daño a Carol o Esme...” hablaba cada vez más alto, y en mi voz apareció una nota de histeria. “¿Cómo podré vivir después sabiendo que fue por mi culpa? Ninguno de vosotros debería arriesgarse por mí...”

“Bella, Bella, para...” me interrumpió Jasper, sus palabras fluyendo rápidamente. “Te preocupas por lo que no debes, Bella. Confía en mí en esto: ninguno de nosotros está en peligro. Ya soportas demasiada presión tal como están las cosas, no hace falta que le añadas todas esas innecesarias preocupaciones. ¡Escúchame!” me ordenó, porque yo había vuelto la mirada a otro lado. “Nuestra familia es fuerte. Nuestro único temor es perderte.”

“Pero ¿por qué...?” Alice me interrumpió esta vez, tocándome la mejilla con sus dedos fríos.

“Edward lleva solo casi un siglo. Ahora te ha encontrado, y nuestra familia está completa. ¿Crees que podríamos mirarle a la cara los próximos cien años si te pierde?”

La culpa remitió lentamente cuando me sumergí en sus ojos oscuros. Pero, incluso mientras la calma se extendía sobre mí, sabía que no podía confiar en mis sentimientos con Jasper presente.

TOMADO DE http://www.soldemedianoche.es.tl/

Seguidores