La Brisa en el Viento

La Brisa en el Viento
Por Miriam
Siendo quien soy, podría relatarte millones de historias. Mi habilidad como vidente me permite conocer la vida de quien sea, pero he decidido contarte la historia de alguien especial. Te relataré la historia de Isabella. Ubiquemos nuestro relato en la época medieval, donde los reyes y las reinas aún existen.
Isabella era una chiquilla de 16 años con grandes sueños, correr por las praderas, sentir los rayos del sol en su rostro y contemplar un amanecer. Pero la pobre Isabella no podía cumplir ninguno de sus anhelos, por que era una prisionera. Ella era la sobrina de una reina llamada Ágata, que había muerto en circunstancias extrañas. Al no existir un heredero al trono, dos adinerados comerciantes (una déspota mujer llamada Catalina y su marido) exigieron el reino. Pero cuando corrió el rumor de que Isabella debía heredar el trono, Catalina y su marido la aprisionaron y la escondieron del mundo. De este modo, ellos lograron sus propósitos y se convirtieron en los reyes de ese olvidado pueblo.
Pero mi relato se centra en el momento en el que Isabella dejó de ser una prisionera. Ocurrió una noche, era una noche oscura y tenebrosa. Isabella se encontraba en las afueras del castillo y solo necesitaba atravesar los muros que lo rodeaban y entonces sería libre. Pero eso era muy difícil, por que el castillo estaba custodiado por muchos guardias que eran crueles y no tenían piedad con nadie. Isabella corrió, tratando de esquivar las piedras en su camino, pero en la oscuridad las cosas no se distinguen y tropezó con una piedra. Al instante, los soldados se dieron cuenta de su presencia y ella comenzó a correr, rogándole a Dios desesperadamente que no la capturaran y en eso, volvió a tropezar; esta vez rodó en un pequeño barranco hasta que se golpeó la cabeza y tratando de ponerse en pie y seguir corriendo, Isabella levantó la mirada y ahí lo vio. Tenía una mirada fija, su rostro denotaba lo furioso que estaba y sus ojos, sus ojos cafés la contemplaban con tantos sentimientos: ira, rabia, dolor, angustia, miedo; eran demasiados sentimientos. Este hombre chasqueó los dedos y los soldados sujetaron a Isabella, mientras ella gritaba que la soltaran y le suplicaba a su verdugo que la dejara ser libre. Su verdugo, aquel joven de ojos cafés no era otro que su verdugo, un joven llamado Jericó Miles.
Yo era la asistente de Jericó Miles y a pesar de que mi don me permitía conocer todo, debía fingir que no sabía nada. Así que mientras él caminaba en los pasillos del castillo con Isabella como su prisionera, yo me acerqué y le pregunté:
-Señor, ¿Ocurre algo?-
-¡No hagas preguntas estúpidas Perla!- me contestó exasperado.
Sin volver a dirigirnos la palabra, caminamos hasta el salón donde se encontraba la reina. Llegamos y Jericó volvió a chasquear los dedos; los soldados arrojaron a Isabella al suelo con tanta brutalidad que deseé tanto poder ayudarla, pero no debía hacer nada.
La reina miró a Isabella y le dijo con indiferencia:
-Es la tercera vez en esta semana que intentas escapar y no comprendo el porque. Pero te voy a decir algo. He sido muy benévola contigo, tal vez demasiado, así que ya no lo seré mas-hizo una pausa dramática y después, sonriendo dijo- serán 15 vueltas.-
Te puedo asegurar que el paro cardiaco que sentí en ese momento, no era nada comparado al infarto que Jericó sintió. Lo pude ver en sus ojos, había indignación e ira, pero sobre todo, vi miedo, mucho miedo. Procedió a obedecer a la reina y con otro chasquido de dedos, los soldados tomaron a Isabella y todos nos dirigimos a la sala de tormentos.
La reina acostumbraba mandar a Isabella a ser torturada con una maquina, a la cual, te sujetaban brazos y piernas. Cada una estaba amarrada a una rueda, que al girarla, te las estiraba. El dolor en este tipo de tormento era insoportable y muy pocas veces podías salir ileso. Los castigos de Isabella siempre eran de 5 vueltas, pero Jericó siempre lograba solo aplicar la mitad del castigo, de ese modo, Isabella no sufría tanto. Pero ahora con 15 vueltas, Jericó tenía que aplicar más del triple que antes y se dispuso a hacerlo.
No te voy a decir explícitamente como fue el tormento, por que aún cuando han pasado varios años después de ese suceso, el solo recordarlo me provoca escalofríos. Solo te puedo decir que después de la tortura llevamos a Isabella a su habitación y ahí la dejamos descansando.
Caminábamos por los pasillos en absoluto silencio cuando Jericó, más para sí mismo que para mí, dijo:
-Esta buscando que la maten-
-Si, ella es valiente- me aventure a decir
-¿Valiente? ¿Llamas valentía a arriesgar tu vida de ese modo?- dijo él muy extrañado
-No. Yo me refiero a que ella preferiría morir antes que seguir siendo una prisionera; ella es valiente por que no le teme a la muerte- dije con emoción
-Pues si sigue así, morirá muy pronto-
Yo me frustré, esperaba que al menos confiara en mí y me dijera la verdad que yo ya conocía. Pero dándome cuenta de que no iba a hacerlo, me enojé y lo reté diciendo:
-Ella tiene más valor que tú-
-No digas tonterías Perla-
-Es verdad, ella es más valiente que tú-
-Y ¿Por qué crees eso?- me dijo con ironía y yo le dije muy tranquila:
-Por que al menos ella dice lo que siente, en cambio tú, no tienes el suficiente valor como para admitir tus verdaderos sentimientos hacia ella-
En ese momento, él se giró y tomando mi muñeca con una presión tan grande que pudo habérmela roto, me dijo entre dientes:
-¡Cállate, tú no sabes lo que dices!-
-¡Claro que lo se! ¡Tu estas enamorado de Isabella!- le grite
La presión en mi mano aumentó y Jericó me volvió a gritar:
-¡Cállate! ¡Cállate!-
-¿Por qué? No te estoy diciendo ninguna mentira, sino la pura verdad, tu amas a Isabella-
-¡Tu no sabes lo que dices!- me repitió y siguió- ¡Yo soy Jericó Miles, el mas cruel verdugo que jamás ha existido! ¡Yo no siento amor! ¡No tengo corazón!-
-¡Eso fue en el pasado!- le grité furiosa- ¡Pero en el momento en el que ella llegó a tu vida, tú cambiaste! ¿Por qué no lo aceptas?-
-¡Por que no es verdad!- me gritó
Estaba segura de que iba a abofetearme, pero un guardia nos interrumpió diciendo:
-Señor, la reina lo llama-
Entonces recordé lo que iba a hacer antes de discutir con Jericó. Me tranquilicé y le di la mano mientras le decía que había sido un verdadero placer haberlo conocido. Él me miró muy indignado y yo le di un ligero abrazo. Lo que estaba haciendo era incorrecto, estaba rompiendo una de las mas sagradas reglas que los videntes tenían: “Nunca intentes cambiar el curso del tiempo y no interfieras en él”.
Me retiré del lugar mientras él se dirigía a ver a la reina. Sabia que Jericó querría hablar conmigo después, pero lo que él no sabia y que yo sí, es que nunca más volveríamos a hablar.
Cuando Jericó llegó con la reina, ella le comunicó que ya estaba enterada de los tratos especiales que él tenía hacia la prisionera 243 (la prisionera 243 era Isabella), le pidió que le dijera la razón de ese comportamiento y Jericó, sintiéndose descubierto, dijo la verdad. La reina le dijo que lamentaba su situación y le sugirió la muerte de Isabella, de ese modo, todos esos sentimientos desaparecerían y Jericó, viendo una solución a su problema, obedeció. Salió de ahí y se dirigió a la celda de Isabella.
Cuando entró, ella vio sus intenciones pero no suplicó por su vida, al contrario, le exigió que la matara y Jericó comprobó mis palabras, ella no le temía a la muerte. Apuntó su espada hacia ella dispuesto a matarla, pero al mirar sus ojos verdes, al tenerla tan cerca, no pudo hacerlo.
Recuerdo muy bien lo que pasó después, la reina fue a la celda de Isabella muy confiada, creyendo que hallaría a Jericó con el cadáver de su prisionera. Pero al entrar, no encontró nada y furiosa ordenó la captura de Isabella y la muerte de Jericó.
Muy a lo lejos, contemplando su primer amanecer, estaba Isabella acompañada de Jericó. Ambos estaban descansando después de tanto correr para escapar. Ella le agradeció a Jericó el haberla liberado y le preguntó por que no la había matado, él solo le dijo que no había podido hacerlo. Isabella, que no era tan tonta le preguntó si realmente la amaba y Jericó se sorprendió mucho de que ella lo supiera. Platicaron un largo rato sobre eso y al final quedaron en un acuerdo, en el cual, ellos serian amigos y si algún día Isabella llegaba a corresponderle, entonces ambos se casarían.
De repente, él sintió la presencia de alguien y colocando a Isabella detrás de él, se puso en guardia, dispuesto a luchar. Los soldados de la reina aparecieron y Jericó temiendo por Isabella, le dijo:
-¡Corre Isabella corre! ¡Vete de aquí!-
Ella lo obedeció y se alejó, pero tenía tanto miedo por Jericó, que decidió volver para ayudarlo. Cuando llegó al lugar, dos soldados la capturaron y ella empezó a gritar. Jericó al darse cuenta, trató de ayudarla y se distrajo. Un soldado aprovechó eso y le disparó una flecha justo en el corazón. Isabella se liberó y llorando se acercó a él. Jericó estaba sangrando y respiraba con mucha dificultad; Isabella le pidió con lágrimas en los ojos que no se muriera y él con sus últimas palabras, le juró que siempre estaría a su lado y unos segundos después, murió.
Isabella fue capturada, la reina no tuvo piedad esta vez y la castigó con 30 vueltas. Ella soportó todo, no derramó ni una lágrima, pero jamás volvió a ser la misma.
Una noche fui enviada al pueblo a dejar unos recados; en esa misma noche se inició el fuego en el castillo, todos salieron muy asustados y la reina, junto con su marido, huyo. Solo los prisioneros quedaron atrapados en ese castillo en llamas y aunque parezca increíble, ninguno murió, por que un viento extraño evitó que el fuego llegara a los calabozos. Isabella abrió los ojos y se dio cuenta del incendio. Trató de salir, pero era inútil intentarlo y justo cuando creía que moriría quemada, el mismo viento extraño acarició su rostro. Ella sonrió como nunca lo había hecho y acostándose en su cama, cerró los ojos y volvió a dormir con la misma sonrisa en su rostro.
Cuando llegué a la mañana siguiente, me encontré con las ruinas del castillo e inmediatamente liberé a todos los prisioneros. Cada uno volvió al lugar donde pertenecía. Solo Isabella estaba sola en el mundo y entonces resolví llevármela conmigo, viviríamos juntas y seriamos las mejores amigas, justo como mis visiones me lo habían dicho.
Mientras caminábamos para llegar a mi pueblo natal, la vi muy callada, así que le pregunté:
-¿Qué te ocurre? ¿Acaso no quieres venir conmigo? Si es así, yo lo entenderé-
-No, no es eso, vivir contigo me parece una excelente idea-
-Entonces ¿Qué te pasa?-
-Es solo que… es curioso que cuando te encuentras deprimido y no sientes nada, en un extraño momento puedas llegar a sentir algo que te llene de felicidad-
-¿Sentiste algo en el incendio?- le pregunté, aunque lo sabia.
-Si- me contestó
-¿Qué sentiste?-
Yo sabía la respuesta, ese viento extraño no era otra cosa más que el alma de Jericó que se había manifestado en forma de viento y que la había acompañado siempre, justo como lo había prometido antes de morir. Yo lo sabía y estaba segura de que Isabella también, así que solo en complicidad y uniéndonos al mismo secreto, me dijo:
-Sentí…la brisa en el viento-
FIN

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