El León Cazado

El León Cazado por Merti Mau-Isa

Chiquillos míos, les contaré una historia muy curiosa, pues no es nada común que llegue a pasar esto…
Iniciaré con la típica frase de los cuentos, ¿Les parece?

Había una vez un joven león, fuerte, inteligente, astuto, gallardo, un poco engreído, alma de líder. Todas estas cualidades lo avalaban para ser el nuevo jefe de la manada, exceptuando su juventud, su inexperiencia y sus ansias de poder que no le permitían aspirar a dirigir a la manada.

La vida dentro de ésta no era nada despreciable, pero algo le faltaba sin saber qué era, así que se aventuró a salir de los territorios marcados por el león alfa.

Vagó cierto tiempo, peleando contra varios oponentes fuertes, ágiles y demás, sin obtener la satisfacción tras sus victorias; cuando se había decidido a volver a casa, escuchó una risa en la profundidad de la noche.

Se adentró al bosque y se acercó sigilosamente, como buen felino, y entre los matorrales pudo ver a una joven humana iluminada por la luna, adquiriendo una blancura celestial en su piel húmeda, pero no se encontraba sola, había un pequeño leoncillo níveo jugando con las gruesas ramas del sauce llorón que inclinaba sus ramas para acariciar el manantial.

En completo silencio admiró a la muchacha, que chapoteaba muy contenta en el sitio, cuando la luna comenzó a declinar, la joven salió del agua mostrando un cuerpo que él jamás había visto, un cuerpo desnudo humano pero a su mirar era el más hermoso que habían visto sus jóvenes ojos. El aroma que ella emanaba era dulce y embriagador, creando una sinfonía para sus sensibles sentidos.

Ella tomó amorosamente entre sus brazos al leoncillo que comenzó a ronronear al contacto con la piel blanca de ella, le acarició el rostro con un suave lengüetazo, ella rió complacida y entró en el bosque. El león esperó a escuchar el ruidoso partir de la humana, pues como siempre le habían dicho que los que caminaban en dos patas eran torpes y ruidosos al andar en el bosque, esperó.

Se consternó al no escuchar nada más que un golpe sordo y después un ligero gruñido felino, se puso alerta buscando con la mirada a su adversario, el cual, jamás apareció.

Regresó a su cueva a dormir, y volvió cada noche con la esperanza de volver a ver “su” humana preferida, pero casi al amanecer él volvía sin haberla admirado, ni escuchado.

Miraba las estrellas y suspiraba sonoramente, cuando volvió a escuchar las risas humanas, se levantó de un salto dirigiéndose al manantial. Al arribar a su lugar que sentía como suyo, la vio ahí sentada en el borde del manantial, con los pies sumergidos y su desnudez siendo acariciada por los plateados rayos lunares.

El leoncillo brincaba jugueteando a su alrededor, parecían no darse cuenta de la intrusión del león, que cada vez se enamoraba silenciosamente más de aquella joven, pero su timidez le impedía acercarse, tenía miedo de que ella se asustara y gritara o que huyera al verlo.

Ella canturreaba una hermosa canción de cuna cuando el león adormilado por la melodía escuchó un ligero ruido que taladró sus finas orejas, ella por primera vez no se mostró dulce e impávida, su rostro reflejó miedo.


La joven se levantó con reflejos felinos y corrió hacia las ramas para resguardar a su pequeño compañero que se hallaba agazapado de terror. Muchas figuras se hicieron visibles entre los matorrales, la joven asustada se escondió tras su melena colocándose en posición fetal, protegiendo al leoncillo.

El joven león pudo percibir en el aire la presencia de humanos malintencionados, querían hacerle daño, quería protegerla pero las hierbas que lo rodeaban cobraron vida y le ataron las patas dejándolo inmovilizado.

Los humanos armados, la rodearon rápidamente, ella mostraba los dientes como una cazadora acorralada, gruñía como un felino, el león se desconcertó al escuchar las advertencias de que no se acercaran, pero no con voz humana, sino cómo él se comunicaba, con gruñidos y bufidos.

El joven león comenzó a pelear en contra de la hierba para liberarse y defenderla a ella y a su cachorro, cuando los humanos le dispararon a ella y se abalanzaron para inmovilizarla. Ella rugió como una leona y más, cuando desprendieron de sus protectores brazos a su cachorro.

Uno de ellos tomó al cachorro y le puso el filo de su cuchillo en la garganta del pequeño, ella automáticamente dejó de forcejear, bajó la mirada y asintió, el hombre rió triunfante y ella sollozó en silencio mientras la llevaban a rastras.

El león se llenó de ira al ver como doblegaban a su dama leonina, el viento fue su cómplice, llevando su aroma a la nariz de la mujer apresada y herida; ella levantó su mirada llorosa dirigiéndola directamente a los ojos del sorprendido león. Ella negó con un gesto imperceptible, le rogó que no se dejara ver, por su bien y el de ella, prometió que volvería y el león, absorto en aquellos ojos felinos, asintió.

El león se recriminó por mucho tiempo el no haber peleado por ella, aún siendo tan fuerte y temible. No podía perdonarse haberla abandonado a su suerte, la esperó mucho tiempo sin que ella diera muestras de regreso.

Pasaron hermosas y floridas primaveras, calurosos veranos, lluviosos otoños e inviernos helados. Él volvía al manantial con la esperanza del retorno de “su” amada dama.

En el manantial, la luna le habló cuando él dormitaba, le contó el secreto que corría por sus venas, era el poder de cambiar su piel, si realmente deseaba encontrarla debía buscarla en las mismas condiciones.

El león comprendió y se bañó en el manantial, se desprendió de su piel resistente de león, viéndose por primera vez como un humano; aunque fuerte, él se sentía despojado de su fortaleza leonina.

Acoplándose al mundo de los incivilizados humanos comenzó su búsqueda. La buscó en muchas mujeres, pero su memoria felina se veía turbada por el raciocinio humano, así que ya no recordaba fielmente a su dama felina, sólo el fulgor de su mirada se había clavado en su mente y en su corazón.

Buscó aquel destello en muchas mujeres y nunca lo encontró, afligido por su fracaso, volvió a su antiguo hogar, la magia del manantial lo regresó a su antigua forma, la luna dejó caer silenciosas lágrimas por su hija.

El león había madurado bastante, conocía los sentimientos humanos y se había hecho más fuerte física y mentalmente, volvió con su manada y se resignó a una compañera insípida, sin sed de vivir, pese a que él creía quererla, la presencia de ella lo irritaba con mucha facilidad. No se sentía bien y por instantes creyó que era un castigo lunar por haberse dado por vencido.

Todas las noches salía a correr para liberar sus sentimientos, sus pensamientos, y ver en cada estrella, el fulgor de la mirada de su amada dama-leona.

Sabiendo que había sido bendecido para cambiar su piel a voluntad, prefería echarse en la hierba como león y así olvidaba un poco el sentimiento humano que aquellos ojos le inspiraban, escuchó a la cigarra y a los grillos cantarle a la luna, el viento entonaba una melodía suave y apaciguante, pudo escuchar a lo lejos una dulce voz que canturreaba una canción que él jamás olvidaría.

Se dirigió velozmente hacia donde escuchó aquella voz, su corazón latía con mucha fuerza y rapidez, no por el hecho de que iba corriendo sino porque esa voz le hacía recordar la paz que sentía cada vez que la veía.

Llegó al manantial esperando verla ahí, desnuda, nadando en las cristalinas aguas, su ira fue inmensa al verlo vacío; se tiró en la hierba exhausto, molesto, desilusionado. Miró las estrellas y se sorprendió al notar dos cosas, la primera una estrella fugaz engalanaba el firmamento iluminando con una iridiscente estela su paso y el segundo fue un fulgor en su mirada que le ardía, eran lágrimas de decepción.

Escuchó un movimiento en la maleza quiso moverse ágilmente para evitar el embiste, pero fue demasiado tarde. Sobre él había una leona blanca como la nieve, mostrando los belfos, lo había tomado por sorpresa, no había detectado su aroma, ni escuchado sus pasos, el león quería defenderse pero el destello en el mirar de ella lo hizo rendirse.

Frente a él, se transformó la fiera leona, dejando ver a una mujer de piel blanca y castaño cabello, se volvió tan ligera como una pluma, sus ojos amielados, lo atraparon como la miel a la abeja, relucían llenos de orgullo.

- He vuelto para enjaular a mi amado león.

El león rugió y la giró, dejándola boca arriba, gruñó, la dama pese a que estaba indefensa no mostró miedo alguno y el aroma de autosuficiencia que emanaba hacía que el león tuviera una sed por beber a esa dama, comérsela… mostró su afilada dentadura, quería engullirla por completo para que jamás se escapara.

La luna los iluminó. El joven exhaló vencido el aire en sus pulmones, cambiando su piel aterciopelada por una faz tostada. Ella le sonrió y lo rodeó con los brazos por el cuello, él también mostró una sonrisa, la más limpia que jamás había experimentado. Cuando ella lo abrazó, él la atrajo hacia sí y ambos unieron sus secretos, sus vidas, sus soledades, sus labios trémulos y ávidos en un beso lleno de pasión, ternura y amor.

- Te busqué mi amada leona, ¿Dónde te escondiste?
- No me escondí, sólo que temía no gustarte.
- Me gustaste, yo temía asustarte… te busqué hasta el fin del mundo… -no podía creer que por fin la tenía entre sus brazos, en ese momento supo que jamás la dejaría partir.
- Me buscaste en el lugar erróneo, yo siempre estuve aquí para ti, dentro de ti. Sólo que teníamos que madurar para poder estar juntos…

Ambos rieron y volvieron a besarse apasionadamente.

Y así, el mejor cazador se volvió presa de una indefensa leona pero a la vez cazó a su amada dama para jamás dejarla ir.

Esta es la historia de la paciencia que es recompensada con el amor. Cuando un amor es verdadero se entrega en una sencilla mirada en completo silencio, la luna bendice ese amor para que pese a las adversidades puedan consumar ese amor. Aprendamos del león cazado y de la presa cazadora…

Un leoncillo níveo se lanzó al regazo del hombre, quién le acarició el lomo mientras el pequeño ronroneaba…
- Esa historia es la que siempre me ha gustado… - se acercó una mujer que a lo lejos había escuchado la historia.
- ¿Por qué será, mi leona?
- Porque es nuestra historia, nuestra realidad, ya no una leyenda, ya no un mito… Te amo… mi león. FIN

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